La ingenuidad
- Pepelu Fernández
- 19 may
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 may

Estaba trabajando en el duelo de un personaje cuando su propia personalidad me impedía seguir con el plan narrativo. Y claro, uno cierra el ordenador y cavila. ¿Por qué mi protagonista es tan cínica? Y llega el terremoto: mi empatía flojea, opino con el corazón entre los dientes y aparece la susodicha palabra. Mis amigos me lo dicen; soy muy ingenuo. Y vuelvo a preguntarme, ¿lo hago adrede?
Pertenezco a esa clase de personas que mantiene las mismas amistades toda la vida. Obvio que la gente cambia, evolucionan las inquietudes y aún así, prevalece el nexo familiar, alimentado por años de desventuras y envites emocionales. No es solo amor, también siento interés y es recíproco. Así que lo veo como un regalo. Quizá podría verbalizarlo más, preocuparme y, en general, ser mejor amigo.
Claro que también, al volvernos adultos, encuentro en ellas/os (su lenguaje, circunstancias, intereses, temores…) la erosión natural de la vida. Si entorno los ojos y me dejo llevar por la inseguridad, me aprieta la sensación de que cualquiera está más preparado para el mundo real que yo.
Una cerveza, comentamos las atrocidades que nos rodean y tras opinar, no es solo que me lo digan… también yo mismo me siento ingenuo. Por otra parte, recuerdo leer a mi amiga Leire (Loreleigreen) y aquello que escribió en sus redes. Defender la ingenuidad, creo que decía. Y coincido. Si hablamos de ingenuidad: o bien la proteges, o este mundo de cristales rotos te la arrebata antes de que asome tu primera cana.
Y es que «ingenuidad» es una palabra preciosa. Por más que se use en términos peyorativos. Por más que se confunda con «ignorante», «infantil», «tonto». Hay más.
La ingenuidad también tiene que ver con el valor ¿no?.
Supongo que me atrae porque el valor siempre fue mi talón de Aquiles. Ser ingenuo, deliberadamente, es apostar por la buena intención de los demás. Aunque este turbocapitalismo nos diga que todo debe mercantilizarse, incluso las relaciones.
Defender la ingenuidad también es defender la capacidad de asombrarse, de creer en una anécdota exagerada, en el uno entre un millón, de ignorar el daño que te han hecho y abrirte a terceros en tabula rasa. Sin negar que existen las malas personas, claro, pero sin dar por sentado lo peor.
Dicho así, quizá «ingenuidad» sea algo así como una prima de «confianza». Confiar tiene su riesgo, quizá es que no me han hecho tanto daño, quizá mi privilegio occidental nubla mi empatía. Sé que hay personas con una herida demasiado profunda, aún con esas, defender la ingenuidad, como la última colina de un mundo más amable, es una postura valiente. Y cuanto más honda es la herida, más valiente. Quizá esa persona, nueva o vieja, tenga una intención honesta y que la ficción habitual, esa que nos crea el miedo, nos vuelva ambivalentes o directamente mal pensados. Ojalá no.
¿Qué opináis?
Foto por Elvio Mínguez
Comments